Por el equipo editorial de TIVA TV – 4 de julio de 2025
Un revelador testimonio ha encendido nuevamente el debate médico, ético y legal sobre uno de los pilares de la industria moderna de trasplantes: el concepto de “muerte cerebral”. La anestesióloga retirada y autora Dr. Heidi Klessig, en su libro The Brain Death Fallacy (La falacia de la muerte cerebral), destapa lo que ella considera una de las grandes manipulaciones médicas del siglo XX, y cómo esta ha sostenido un sistema que gira en torno a la obtención de órganos vitales.
Origen del concepto
En 1968, un grupo de 13 médicos de la Escuela de Medicina de Harvard publicó un artículo titulado “Una definición de coma irreversible”, en el cual propusieron que ciertos pacientes en estado de coma profundo y conectados a ventiladores podían ser considerados legalmente muertos. La propuesta no se basó en estudios científicos ni en evidencia clínica sólida. No incluyó referencias ni datos experimentales. La justificación fue principalmente utilitaria: liberar camas de UCI y facilitar la donación de órganos.
En 1981, este criterio fue codificado en la ley estadounidense mediante el Uniform Determination of Death Act, legalizando así la idea de que un diagnóstico de “muerte cerebral” equivalía a la muerte total del individuo.
¿Pero están realmente muertos?
La justificación inicial afirmaba que el cerebro era el «integrador maestro» del cuerpo, y que sin su función, el cuerpo colapsaría rápidamente. Sin embargo, en 1998, el Dr. D. Alan Shewmon publicó un estudio revolucionario donde documentó 175 casos de pacientes diagnosticados con muerte cerebral cuyos cuerpos continuaron funcionando por períodos prolongados. Uno de ellos incluso vivió más de 20 años en su hogar con asistencia familiar.
Ante estas evidencias, el gobierno de EE.UU. convocó un consejo presidencial en 2008 para reevaluar la definición. Sin poder sostener el argumento biológico, se cambió el enfoque a uno filosófico: ahora se afirmaba que una persona sin consciencia ni respiración espontánea ya no “cumplía la función de ser persona” y, por tanto, podía ser considerada muerta.
Pero esta lógica se tambalea fácilmente: un feto en el útero tampoco respira ni tiene conciencia en etapas tempranas, y sin embargo, nadie se atreve a afirmar que está muerto.
¿Una definición hecha a la medida del mercado?
La Dra. Klessig y otros expertos denuncian que la persistencia del diagnóstico de muerte cerebral responde más a necesidades del sistema de trasplantes que a la ciencia médica. Los órganos vitales —corazón, hígado, riñones— deben ser extraídos mientras el cuerpo aún está biológicamente activo, lo cual sería éticamente inaceptable si el paciente estuviera vivo según otras definiciones.
Así, “la muerte cerebral” se convierte en una justificación conveniente para cosechar órganos sin enfrentar consecuencias legales o morales.
Una advertencia para el público
Este debate sigue siendo ignorado por la mayoría de los medios tradicionales. Por eso, la Dra. Klessig advierte: piense dos veces antes de aceptar ser donante de órganos en su licencia de conducir u otros documentos legales. La decisión podría no ser tan clara como parece.
La entrevista completa a la Dra. Heidi Klessig y su libro están disponibles en su sitio web Respect for Human Life.
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📚 Libro: The Brain Death Fallacy (2023)
👩⚕️ Autora: Dra. Heidi Klessig
📺 Fuente: Entrevista comentada por Brian Shilhavy, 3 de julio de 2025
🌐 Más información: respectforhumanlife.com