Proyecto Dignidad nació como una alternativa política basada en valores y principios de integridad, transparencia y defensa de la moral en la sociedad puertorriqueña, segun ellos mismos alegan. Sin embargo, recientes eventos han puesto en entredicho la coherencia entre su discurso y sus acciones. Las denuncias sobre los alegados comportamientos impropios dentro de su liderato, sumadas a la falta de respuestas claras y contundentes, evidencian una grave contradicción con los valores que dicen representar.
Uno de los pilares fundamentales de la dignidad es la coherencia entre lo que se predica y lo que se practica. Un partido que se presenta como defensor de la moral y los valores no puede permitirse actuar con opacidad cuando graves imputaciones recaen sobre sus propias figuras principales. La credibilidad de cualquier movimiento político se sostiene sobre la base de la verdad y la rendición de cuentas; el silencio y la inacción solo generan desconfianza y decepción en su militancia y en la ciudadanía en general.
Las graves imputaciones contra dos de sus fundadoras , planteadas por Elizabeth Torres, señalan comportamientos que contradicen la moral que el partido dice defender. Lo más preocupante no es solo la naturaleza de estas denuncias, sino la actitud del liderato ante ellas. En lugar de enfrentar la situación con transparencia, reconocer los problemas y actuar con firmeza, se han refugiado en reuniones privadas y en un silencio que solo agrava la percepción de encubrimiento y falta de responsabilidad.
Más aún, resulta paradójico que los mismos miembros que en el pasado denunciaron con firmeza actos de corrupción e inmoralidad en otros partidos, ahora callen ante esta aparentes irregularidades dentro de su propia colectividad. Esta aparente doble vara mina la confianza en el partido y pudiera demostrar que la lucha por la justicia no puede ser selectiva ni estar sujeta a conveniencias políticas. Si se exige moral y honestidad en los demás, se debe demostrar primero en casa. Los líderes que ahora callan, ya sea porque desconocían de estas imputaciones en su momento o porque los conocían y aún así permanecieron en silencio, son igualmente o incluso más responsables que aquellos directamente involucrados. Su pasividad refleja una falta de compromiso con la verdad y con la dignidad que dicen defender. Pretender eludir su responsabilidad o minimizar el problema solo los hace cómplices de la situación.
Además, durante toda la campaña política, Proyecto Dignidad basó gran parte de su estrategia en las redes sociales, difundiendo comunicados oficiales y permitiendo que un gran grupo de seguidores trollease a todo aquel que no pensara como ellos. Estos seguidores atacaban y aun atacan, con calificativos como «corruptos» e «inmorales» a quienes pertenecían o defendían ideas distintas o partidos rivales, sin ninguna objeción por parte del liderato. A pesar de los llamados a que asumieran responsabilidad por este comportamiento o, al menos, lo condenaran públicamente, aparentemente prefirieron jugar el juego de las guerrillas políticas y beneficiarse del ambiente tóxico que ellos mismos permitieron crear. ¿Es esto digno? Un liderazgo que tolera la difamación, el hostigamiento y la desinformación con tal de ganar terreno político no debería pretender presentarse como una opción moralmente superior.
La dignidad implica valentía para enfrentar la verdad, aunque esta sea incómoda. No basta con proclamar valores; es necesario vivirlos y hacerlos respetar sin distinciones. Proyecto Dignidad tuvo la oportunidad de enfrentar esta situación. Y aunque algunos creen que nunca es tarde, salir y denunciar esto ahora semanas después pudiera interpretarse que lo hacen para controlar daños. Los dignos y valientes no esperan el momento oportuno a su conveniencia para dar el paso adelante y denunciar lo incorrecto. Los verdaderamente dignos lo hacen tan pronto conocen del problema.